Mitos y Leyendas del sur de Chile
Mitos y leyendas chilenas
Cadenas montañosas, colinas, bosques, ríos y lagos, dan el marco adecuado para el dilatado universo lleno de encanto y magia que reflejan las costumbres que han marcado el sur de Chile.
La Flor de la Higuera
(de la mitología mapuche)
Cuifí ke che niey kimün (La gente antigua sabe lo siguiente):
Cada 24 de junio, en la noche más larga del año, a las 00:00 horas en punto aparece una mágica flor en la rama más alta de todas las higueras. Ésta tiene una vida de sólo un minuto y sus poderes son inimaginables, pues es capaz de cumplir los más ocultos deseos de cualquier ser humano.
Para que esto suceda, la persona interesada debe subir a la anünmka (planta) de higuera y cortar la rama florida justo a las 00:00 horas en punto y mantenerla en su mano durante todo el minuto de vida de la flor, repitiendo su deseo en voz alta.
Sin embargo, esto no será tan fácil como parece, pues el wekufe (diablo) enviará distintos obstáculos al participante, porque como sólo florece en las ramas más altas, hay que subirse al árbol y asegurarse bien; porque cuando se acercan las doce se oyen bufidos, berridos, ladridos, maullidos y otros gritos espantosos.
Así, mientras trepa por la higuera, el individuo puede encontrarse con un wapo tregua (perro rabioso) del que deberá huir, una dunguy filú (culebra parlante) que intentará confundirlo con sus brujerías o bien un pun ngillüm (pájaro nocturno) que picoteará sus ojos hasta dejarlo pelolái (ciego), entre otras maldiciones.
Si el interesado logra superar tales barreras, podrá pedir el deseo que quiera y éste le será cumplido.
Sin embargo, si la flor muere antes de que la persona logre cortarla, este individuo enloquecerá al instante (loconche), pues ese es el castigo para aquellos que han intentado desafiar al diablo.
Y de su alma, mejor ni hablar, ya que arderá en el infierno hasta la eternidad.
Se dice que esta noche se puede aprender a tocar la guitarra divinamente, sin maestro y sin método. Basta colocarse bajo una higuera, el árbol donde se ahorcó Judas, con una guitarra en los brazos y justo a las doce un ser misterioso le cogerá las manos y se las pondrá sobre las cuerdas. Y esto bastará para quedar convertido en un eximio guitarrista.
Elárbol encantado de Carampangue
Leyenda popular de Arauco
Hace mucho tiempo, en un lugar cercano al río Carampangue, había un hermoso árbol de tronco y ramas firmes que atraía la atención de los lugareños. Cierta mañana, un campesino huinca recién llegado salió a buscar leña para su hogar, y al verlo no resistió la tentación de cortarlo. Fue ardua su tarea. El árbol se resistía a ser derribado. Finalmente lo logró, pero se le había hecho tarde para trozarlo. Tomó su hacha y se fue a su casa, dispuesto a volver al otro día con una carreta para terminar con su faena.
Grande fue su sorpresa cuando regresó a trozar el árbol: lo encontró en pie y sin huella de su hacha en el tronco. Pensó que su memoria le estaba jugando una broma y se dispuso a derribar el árbol. Con gran sacrificio y sin parar, al mediodía cayó el poderoso árbol a tierra. Luego hizo leña del árbol caído y sin darse cuenta cayó la noche. La oscuridad le impedía cargar su carreta, por lo que decidió volver al día siguiente. Se levantó temprano el tercer día y con mucha duda fue a buscar la leña. En efecto, el estupor fue mayúsculo, al ver el hermoso árbol entero en su sitio, sin corte en su tronco o ramas. El hombre volvió a su casa con las manos vacías. Cuentan que los espíritus protectores del pueblo mapuche lo habían plantado una noche de luna llena, como un centinela que avisaba la presencia de los invasores españoles. Hoy día se mantiene como un símbolo de la resistencia.
Mitos y Leyendas de Coelemu:
LA SIRENA DEL RIO ITATA
Cerca de la desembocadura del río Itata, paseaba una hermosa muchacha disfrutando el atardecer primaveral. De pronto, a contra luz ve la figura de un hombre que se bañaba con gran soltura, Lo curioso es que tenía el cuerpo muy velludo. El hombre, al verla, la llamó de distintas formas, pero la muchacha se negó rotundamente. Al ver tamaño desaire, el nadador se indignó y le gritó tal cantidad de insultos y groserías que la muchacha salió corriendo con la espalda helada de miedo.
Cuando ya estuvo lejos, volvió la mirada y vió que el hombre tenía cola de pescado. Al llegar a su aldea, buscó a su novio y le contó lo sucedido. Este no podía creerlo y decidieron ir de paseo por la playa a ver si encontraban al misterioso nadador. Como las aguas estaban tranquilas, se internaron en una canoa. Todo parecía normal. Hasta que de pronto, se levantó una ola gigantesca y volcó la frágil embarcación con sus ocupantes como si se tratara de un juguete. El joven se recuperó rápidamente y nadó donde su novia, quien luchaba con fuerzas ocultas, como si algo le estuviera sujetando las piernas, se ahogaba. El joven se zambulló y con sorpresa descubrió que las piernas de su novia estaban unidas, en el acto fue atacado por la espalda y el monstruo marino se llevó a la muchacha hasta perderse en las profundidades del mar. El joven sobrevivió, pero nunca más volvió al lugar.
Algunos pescadores cuentan que en las rocas fue visto el cuerpo de una mujer húmeda, con cola de pescado y desde allí cantaba tristes canciones, como rogando al novio que regrese y la libere de esa maldición. Pero también cuentan que el joven se enamoró de otra mujer y se fue del lugar, abandonando los recuerdos de la misteriosa desaparición de su novia. Dicen que la mujer pez al saberlo cayó en el mar de la desesperación y en su locura perdió el sentido de orientación. Navegó al revés, contra la corriente, río arriba, en una larga y desesperada travesía, como por arte de magia, buscando el lugar donde huyó su novio. Hay quienes cuentan haberla visto cerca de Coelemu otros dicen que se radicó en el sector de Cato porque allí sintió la presencia de su amado.
En un lugar escondido, tan lejos de la playa, sola, con la esperanza y el amor en su garganta, aún lo está esperando. Dicen que aparece todos los jueves, el mismo día en que dejó de ver a su enamorado, sobre las aguas del río, al atardecer. La gente del lugar la ha escuchado cantar hermosas y tristes canciones. Hasta la fecha, el hombre nunca ha aparecido. Como no queriendo reconocer la realidad. Pero no faltan los curiosos seducidos por su canto. Incluso a través del tiempo se han conocido numerosos enamorados de la hermosa muchacha. Incluso hay quienes han querido verla de más cerca y tocarla, Pero al internarse en la espesura del follaje que rodea el lugar, pierden el sentido de orientación y sus mentes enloquecen, vagan en la montaña y no vuelven nunca más, porque la magia y el amor no son para cualquiera. Es para uno solo y se guarda hasta el fin, hasta que muere el amor y la magia se pierde aturdida por la realidad.
El Tué Tué o Chon Chón
Cuenta la leyenda que el chon-chon es una presencia maligna y muy temida en las zonas rurales de Chile y parte de Argentina. El miedo a esta criatura se debe a que ésta sería realmente un Calcu (mapuche que practica el mal con espíritus), o una bruja o brujo poderoso que conoce el secreto de los Calcu sobre al misterioso poder de volar transformados en el temido Chon-chón.
El Calcu o el brujo/bruja realizaría la transformación en Chon-chón untándose una mágica crema en la garganta.
Esta mágica crema haría que se le desprenda la cabeza del resto del cuerpo, adquiriendo esta un plumaje, garras afiladas y grandes orejas que se transformarían en alas para poder volar; y si lo desea y es poderoso, incluso podría realizar una transformación completa para adquirir la forma de una especie de búho o lechuza. Así podría dejar el cuerpo en su casa y realizar fácilmente sus actividades malígnas.
En el caso de los brujos o brujas, al momento de comenzar el vuelo además recitarían la siguiente frase Sin Dios ni Santa María, con lo cual el diablo les otorgaría más poder, para así lograr esta transformación; pero si por equivocación recitan otras palabras, sufriría una gran caída.
Al transformarse el Calcu dejando su cuerpo en su casa, debe siempre recordar que es necesario tener otro mágico ungüento para volver a su forma humana. Si se le perdiera, ocultara o destruyese su ungüento, el Chonchón volaría en picada hacia el suelo para matarse, ya que no soportaría el destino de quedar transformado para siempre en Chonchón; y en el suelo solo quedaría el cadáver de una lechuza o búho.
Las tres Pascualas
Las tres pascualas vivían en la naciente ciudad de Concepción, allá por el siglo XIX. Las tres eran hermanas. Ellas, siendo jóvenes, lindas y lavanderas, solían ir diariamente a lavar la ropa en una laguna cercana. Allí, entre lavado y lavado, cantaban canciones de amor. Y al caer la tarde, le pedían a la laguna que, por favor, les trajera el verdadero amor de sus vidas.
Un día vieron llegar por la orilla opuesta a un gallardo joven que, al verlas, se acercó hacia ellas y les ofreció tertulia. Compartieron con el joven su comida y este las acompañó hasta que el sol se puso. Las encontró muy lindas y malvadamente se propuso hacerlas suyas.
Por otro lado, las tres Pascualas regresaron a su casa en silencio, arrobadas y cada una de ellas convencida de que el hermoso joven había venido por ella ¡solo por ella!
Por su lado, el joven regresó día a día a la laguna, dispuesto a rendirlas, una por una, a su pérfido deseo.
Llegaba por la mañana, ayudaba a la Pascuala menor a llevar la ropa a su cabaña, y en el trayecto, le declaraba su ardiente amor. Cuando la Pascuala mayor partía al pueblo a comprar las provisiones, enamoraba a la de al medio. Y cuando la menor preparaba la comida, juraba amor eterno a la mayor.
Así, las tres Pascualas se enamoraron locamente. Como cada una se sentía la elegida, no se atrevían a mirarse de frente, temerosas de despertar sus celos. Ya no cantaban: solo suspiros llenaban el atardecer. La laguna ya no era verde y clara, si no turbia y revuelta como sus pobres almas, que le habían dado todo a su bien amado.
Y, entonces, el dichoso bien amado, habiendo logrado su propósito, ya no acudió a la cita. Esperaron en vano, hora tras hora, día tras día. Por fin, se miraron cara a cara y sus propios ojos revelaron su triste secreto.
Muertas de pena, fuéronse internando calladas en las aguas, estas se agitaron formando un remolino. Un temblor sacudió su fondo. La aguas se desbordaron, y al volver a su cauce, este tomó la forma de la luna en cuarto menguante.
Según cuentan los lugareños,desde entonces ciertas noches suelen verse las tres Pascualas, luego de luna llena, lavando y lavando en la laguna que lleva su nombre. Creen que sus aguas no son buenas y evitan su cercanía.
Leyendas de Coronel:
Origen del Cerro Lucata y Laguna Queñenco
Cerca de Coronel, donde la cordillera de Nahuelbuta da los primeros pasos hacia las alturas, se yergue majestuoso el cerro Lucatá. Antes que el desierto verde contaminara y destruyera el paisaje. A sus pies había una laguna de cristalinas y puras aguas, llamada Queñenco, paraíso de peces y pájaros multicolores, protegida por canelos, litres y castaños. Cerro y laguna conforman una unidad indisoluble, tanto por la belleza escénica como por su origen y destino.
La leyenda mapuche señala que en el pasado no existían, que la zona era una enorme planicie, pero diversos sucesos de origen humano y divino fueron transformando el paisaje con el paso del tiempo. En el lugar había un árbol sagrado y junto a él creció un muchacho llamado Lucatá. Las particulares condiciones físicas y la inteligencia del muchacho eran tales, que tenía la capacidad de imponer su fortaleza contra los enemigos, cazar leones en la montaña, como reconocer la belleza de las flores y hablar con los seres superiores. Cuentan que conversaba de frente con los espíritus poderosos, quienes lo iluminaban con sus mensajes a través del sonido del viento, los truenos y relámpagos, el trinar de los pájaros, las señales de las nubes, la luna y los rayos del sol.
Con toda esa sabiduría, daba consejos en los períodos de siembra, de cosecha, advertía el peligro y resolvía disputas internas. Para nadie era un misterio que adquiría su sabiduría a través del canelo. Cada día concurría a él. Con el paso del tiempo cada vez le costaba más llegar, por un extraño fenómeno. La tierra donde se encontraba el árbol sagrado se iba elevando progresivamente, como si fuera a la par del cansancio de los años. Así, la planicie se convirtió en una loma de tal relieve, que al morir el valiente y sabio Lucatá, pidió ser enterrado en su parte más alta, para desde allí guiar a su pueblo. Y así se hizo. Pero cuando sus deudos volvieron de su entierro, un ruido subterráneo estremeció sus pasos, el suelo temblo y la loma subió a las alturas, hasta adquirir su condición de centinela que alcanza con su mirada al mar. Ante tamaña demostración divina, la gente del lugar bautizó el cerro con el nombre de su notable guía y fue objeto de veneración por muchos pueblos.
Pasó el tiempo y la gente, cada vez que llamaba a Lucatá, se hacía presente en forma de gruesas nubes y una intensa lluvia caía sobre ese sector de la cordillera de Nahuelbuta, conteniendo símbolos orientadores del futuro del pueblo.
Hoy todos los coronelinos saben que si el Lucata está lleno de nubes es señal de lluvias, lo que no saben es que esas lluvias son el signo de la indignación del guerrero Lucatá, quién está llamando a la gente a luchar por su emancipación para que hagan respetar sus derechos.
Cuentan los antiguos que Lucatá,l ver la sumisión o la cobardía en que a veces caía su gente, desataba su ira a través de fuertes vientos y lluvias, tormentas de truenos y relámpagos.
En cierta ocasión, un grupo de jóvenes jugaban palin a los pies del cerro, mientras sus padres eran masacrados por los españoles. Ellos no habían escuchado las voces de advertencia que había enviado Lucatá desde el cielo. Cayó en una profunda tristeza y de una mirada lanzó su poderosa lanza y la clavó al centro de la planicie donde jugaban los muchachos. Todos se detuvieron y observaron con sorpresa, que del orificio brotaba agua y rápidamente cubrió el sector, convirtiéndose en un manantial bendito, ya que de ella se extrae el agua que beben los habitantes de Coronel. De ahí que la gente del lugar la llamó Quiñenco (un agua) que apareció como señal de bienestar y prosperidad, mientras el cerro se levanta como señal, como una advertencia de lo que depara el futuro.
Llacolén
(Concepción)
En la Laguna Chica de San Pedro, agua y tierra india, vivía el toqui Galvarino con su hija Llacolén, joven princesa mapuche de belleza indiana. Era de largos cabellos castaños que se los batía el viento cuando corría en medio de la selva o el agua se los distendía al nadar en la laguna. Era hija predilecta del gran toqui y la estirpe estaba latente en su gracia. Era arrogante su andar y su espíritu pronto a estallar.
El gran toqui un día pensó que la hija debía casarse y entró en conversaciones con el cacique Lonco, que tenía soltero a su hijo Millantú, mozo como de bronce y ancho pecho, que se había distinguido por su valor en varias batallas.
Ascendencia y linaje comprometieron a Llacolén y Millantú. El orgullo y valentía de Llacolén se sintieron heridos por la elección de su padre, ella mandaba su odio y su amor. Le habría gustado ser elegida y no convenida. Pero ella acató la voluntad de su padre. Mientras, el invasor era resistido en lo espeso de las selvas, y el choque se hacía violento entre espadas y mazas. La tierra se teñía de sangre de español e indio. La conquista se hacía recia y el mapuche indomable. Llacolén veía partir a la guerra a los mocetones por lo espeso de la selva. Y en medio del bosque, como siempre, iba a nadar largas horas en la laguna. Allí esperaba y soñaba.
Un día fue vista por un apuesto y gallardo capitán español que a las órdenes de don García Hurtado de Mendoza se encontraba en las nuevas tierras. Vinieron las entrevistas y nació el romance. El amor los empezó a abrasar. Fue un amor que en ambos creció. En Llacolén había surgido el amor anhelado, distinto de aquel impuesto por la voluntad de su padre y la tradición.
Un día en alas del viento llega la noticia de que Galvarino, en singular combate ha caído prisionero y que el Gobernador García Hurtado de Mendoza había ordenado cortarle las manos para atemorizar a los indómitos hijos de Arauco. Dicen que Galvarino soportó serenamente el atroz suplicio y aún más, alargó la cabeza al verdugo para que también le fuese cortada.
Una vez terminado el castigo y puesto en libertad, amenazó a sus victimarios y corrió a juntarse con sus compañeros para excitarlos a la venganza. Estos lejos de escarmentar, al poco tiempo les presentaban batalla a los españoles, bajo el mando de Caupolicán y entre los combatientes se encuentra Galvarino, quien durante la lucha se batió valientemente a pesar de faltarle ambas manos, siendo después ahorcado junto con otros aguerridos en los árboles más altos de un bosque vecino al campo de batalla.
La hermosa Llacolén no supo entonces si amar u odiar a todos los invasores. La desazón y la duda la invadían. Con su alma atormentada y en la mayor desesperanza, fue a buscar la tranquilidad que le faltaba, en medio de la selva, junto a la laguna. La noche descendía con su oscuridad lentamente, como envolviéndola, como escondiéndola, hurtándola de su tragedia. Y apareció la luna.
La noche y la luna fueron rotas en su silencio de paz, de armonía espiritual. Al galope de su caballo llegó el capitán español, que con palabras de amor y consuelo quería ahuyentar todo pensamiento perturbador de la mente de la joven. Mientras, Millantú, desesperado, buscaba a su prometida. Guiado por el instinto y la selva, penetró en la espesura del bosque y dio con ella.
Los celos y la traición de Llacolén hicieron presa en Millantú, y obligó al capitán a entrar en violenta lucha. La espada y la maza se cruzaron innumerables veces hasta que heridos de muerte, rodaron sobre la hierba los dos cuerpos sin vida. La luna se abre paso a través de la maraña espesa y platea con sus rayos las aguas de la laguna. Trastornada Llacolén busca refugio eterno en las profundas y serenas aguas de la laguna.
La ciudad de los Césares
Se dice que en el sur del país, en algún lugar no precisado de la cordillera de los Andes y junto a un lago, existiría una ciudad encantada y de gran fastuosidad. Esta estaría rodeada de murallas y fosos, entre dos cerros, uno de diamante y otro de oro. Además, tendría lujosos templos y palacios, innumerables avenidas, torres y fortificaciones. Las cúpulas de sus torres y los techos de las casas, lo mismo que el pavimento de las calles, son de oro y plata.
Además, una gran cruz de oro corona la torre de la iglesia y tiene una gran campana, cuyo tañido podría oirse en todo el mundo. Existe también allí un mapuchal (terreno plantado con tabaco) que no se agota jamás.
Sus habitantes son altos, blancos y barbados; visten capa y sombrero con pluma y usan armas de plata. En esta ciudad, nadie nace ni muere y nada puede igualar a la felicidad de sus habitantes. Los que allí llegan pierden la memoria de lo que fueron, mientras permanecen en ella, y si un día la dejan, se olvidan de lo que han visto. Si algún viajero la anda buscando, la tarea se hace difícil, ya que una espesa niebla cubre la ciudad y la corriente de los ríos que la bañan aleja las embarcaciones que se aproximan demasiado.
Algunas personas aseguran que el día Viernes Santo se puede ver, desde lejos, cómo brillan las cúpulas de sus torres y los techos de sus casas. Según la leyenda, solo al fin del mundo se hará visible la fantástica ciudad; se desencantará, por lo cual nadie debe tratar de romper su secreto.